Una mañana
un moscardón
vibró de negro.
La madreselva
y los álamos que abrían sus hojas nuevas,
se inundaron de lamentos que eran veintiuno.
en las tablas del brillo pusilánime.
La luz,
yo la recuerdo
adusta,
diluía mil pasos de memoria.
Mi padre
tenía aún la última palabra
en las pupilas naufragando.
Era ya la tarde y su huesuda mano rígida.
¿Quién puede hablarnos sobre la muerte,
sin que la piel se nos fraccione?
¿Cuál hombre?
¿Cuál mujer?
¿Cuál de cada uno reconoce el orden y el principio?
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