La tierra sacude siglos
y el ave en sus cabriolas
mueve todo el cielo herido
medio a medio del Liceo.
Grises para el patio de escuela
entraban los harapos del viento
a puñadas de la arena
sin llorar un alarido.
Los adornos
o gorriones de los árboles
eran mudos signos
incapaces de un adiós.
El pájaro desciende y clava
un trozo gris de cielo
en el báculo breve del madero
de lo que alguna vez fue un muelle
El ave se desprende
de su pañuelo urgente
y del abrazo tenue
para siempre; vuela.
Adiós.
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